Esta patología se presenta en el 6% de los embarazos y se asocia a anomalías en la función de la placenta. Cuando un feto crece por debajo del promedio para su edad gestacional, es necesario estudiar el funcionamiento de la placenta para determinar si existen anomalías responsables de una disminución del aporte de oxígeno y nutrientes hacia el hijo/a, así como descartar que la causa del bajo peso sea una malformación congénita, genopatía o infección.
Frecuentemente se concluye que la situación es normal y el menor peso está asociado, por ejemplo, a la estatura de los padres. La Restricción en el Crecimiento Intrauterino (RCIU) debe ser diagnostica y tratada pues esta patología aumenta la morbilidad y la mortalidad perinatal, debido a complicaciones neonatales, daño neurológico u otras patologías. También en la etapa infantil se puede ver afectado el desarrollo neurológico y en la vida adulta existir mayor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 e hipertensión arterial.
Estos embarazos deben interrumpirse de forma prematura antes que la falta de oxígeno produzca daño neurológico. Constituye todo un desafío para el equipo médico identificar el momento preciso en que intervenir, antes de que la hipoxia produzca daños neurológicos importantes, y por otra parte, lograr que transcurran la mayor cantidad de semanas, para aumentar las posibilidades de sobrevida de ese niño bajo los cuidados de los profesionales de neonatología. Para identificar ese momento existen una serie de métodos de vigilancia que permiten evaluar las manifestaciones fetales a la insuficiencia placentaria: la curva de crecimiento fetal, el test no estresante, el perfil biofísico, la evaluación del líquido amniótico y la ecografía con velocimetría Doppler.
El uso de estos mecanismos permite vigilar permanentemente al feto y realizar de la manera más informada el balance entre los riesgos que un feto prematuro tiene a las diferentes edades gestacionales y los riesgos de la hipoxia crónica intrauterina.